miércoles, 21 de marzo de 2018

Las tres mosqueteras (sobre el Síndrome de Down)


María, Julia y Carmen (tres nombres ficticios pero tres niñas reales), tres amigas con las que disfruto de jugar, aprender y disfrutar. Tres niñas ilusionadas con los caballos, como yo.
Una de las asignaturas más interesantes, y a la vez difíciles, que he estudiado en mi vida ha sido Psicobiología. Una de las grandes lecciones que aprendí con aquel temario es que, dependiendo del ámbito en el que te muevas puedes ser más o menos capaz. Células, grupos sanguíneos, procesos de mitosis, meiosis, euploidias y aneuploidias, cromosomas y disyunciones,…
Como las comparaciones son odiosas, me compararé con la persona que más admiro: mi Señora esposa. Ella me explicaba aquel temario con la misma soltura que se le explica a una persona que dos más dos son cuatro o que si le sacas punta a un lápiz, entonces pinta. Es entonces, donde se encuentra la paradoja de la trisomía 21: entenderla puede precisar de muchas y complicadas explicaciones o, quizás, también puede contar con una comprensión sencilla y se puede entender como perfectamente posible y normal que 23 más 23 sean 47.
Estas tres niñas me han enseñado que para aprender hay que estar motivado, y que siempre hay que tener un as debajo de la manga para que esa motivación no decaiga.
También me han hecho conocer a familias incansables e ilusionadas. Y estas teorías de la herencia transmiten mucho más que ojos marrones o azules y pelos morenos o rubios. Tres niñas clavaditas en la forma de ser a sus madres, piedra a piedra ya tienen castillos muy altos construidos y “cuidadito con tocarme las piedras”, así son las tres mosqueteras, iguales a sus mamás.  
Lo que más valoro de mi trabajo es que mis hijos ven que muchos niños vienen a montar en el caballo y juegan con los juguetes “del papá” (que les encantan). Mis hijos quieren hacer lo mismo y se sienten ilusionados por hacer las cosas que estos niños hacen. Son sus amigos, son “los amigos del caballo”. Los sábados se levantan sabiendo que vienen niños y que pueden jugar con ellos. Hay una amistad que ha surgido alrededor del caballo que no entiende de trisomías ni de síndromes. Juan ve a otros niños Down y no los compara con sus amigos del caballo (si no van al caballo, no son iguales). Este es el regalo que este trabajo me da. Uno de los grandes tesoros de la infancia de mis hijos es que crecerán como iguales de los que llaman diferentes. Diferentes son, porque montan a caballo.
Me encanta jugar, mi trabajo es jugar y esa es mi suerte. En una ocasión, en un intento flaco (y algo despectivo) de describir mi trabajo, me dijeron: “entonces les subes en el caballo y les haces jueguecitos”. Pues sí, y no hay mejor manera de describirlo, y espero cada día jugar mejor, jugar más con los niños y las niñas que vengan y, no de otra forma, potenciar el aprendizaje adaptándome a la forma de aprender de cada uno de ellos.  



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