María, Julia y Carmen (tres nombres ficticios pero tres
niñas reales), tres amigas con las que disfruto de jugar, aprender y disfrutar.
Tres niñas ilusionadas con los caballos, como yo.
Una de las asignaturas más interesantes, y a la vez difíciles,
que he estudiado en mi vida ha sido Psicobiología. Una de las grandes lecciones
que aprendí con aquel temario es que, dependiendo del ámbito en el que te
muevas puedes ser más o menos capaz. Células, grupos sanguíneos, procesos de
mitosis, meiosis, euploidias y aneuploidias, cromosomas y disyunciones,…
Como las comparaciones son odiosas, me compararé con la
persona que más admiro: mi Señora esposa. Ella me explicaba aquel temario con
la misma soltura que se le explica a una persona que dos más dos son cuatro o
que si le sacas punta a un lápiz, entonces pinta. Es entonces, donde se encuentra
la paradoja de la trisomía 21: entenderla puede precisar de muchas y
complicadas explicaciones o, quizás, también puede contar con una comprensión
sencilla y se puede entender como perfectamente posible y normal que 23 más 23
sean 47.
Estas tres niñas me han enseñado que para aprender hay que
estar motivado, y que siempre hay que tener un as debajo de la manga para que
esa motivación no decaiga.
También me han hecho conocer a familias incansables e
ilusionadas. Y estas teorías de la herencia transmiten mucho más que ojos
marrones o azules y pelos morenos o rubios. Tres niñas clavaditas en la forma
de ser a sus madres, piedra a piedra ya tienen castillos muy altos construidos
y “cuidadito con tocarme las piedras”, así son las tres mosqueteras, iguales a
sus mamás.
Lo que más valoro de mi trabajo es que mis hijos ven que
muchos niños vienen a montar en el caballo y juegan con los juguetes “del papá”
(que les encantan). Mis hijos quieren hacer lo mismo y se sienten ilusionados
por hacer las cosas que estos niños hacen. Son sus amigos, son “los amigos del
caballo”. Los sábados se levantan sabiendo que vienen niños y que pueden jugar
con ellos. Hay una amistad que ha surgido alrededor del caballo que no entiende
de trisomías ni de síndromes. Juan ve a otros niños Down y no los compara con
sus amigos del caballo (si no van al caballo, no son iguales). Este es el
regalo que este trabajo me da. Uno de los grandes tesoros de la infancia de mis
hijos es que crecerán como iguales de los que llaman diferentes. Diferentes
son, porque montan a caballo.
Me encanta jugar, mi trabajo es jugar y esa es mi suerte. En
una ocasión, en un intento flaco (y algo despectivo) de describir mi trabajo,
me dijeron: “entonces les subes en el caballo y les haces jueguecitos”. Pues
sí, y no hay mejor manera de describirlo, y espero cada día jugar mejor, jugar
más con los niños y las niñas que vengan y, no de otra forma, potenciar el
aprendizaje adaptándome a la forma de aprender de cada uno de ellos.